Quién podía pensar que un hombre con cabeza de micrófono y vestido con una túnica naranja fuera el artífice de uno de los olores que más me gustan. En realidad no me he preocupado por enterarme de la historia de este señor ni de su relación con la fragancia de la que hablo, sólo sé que se hace llamar Satya Sai Baba porque su nombre viene en todas las cajitas de los productos Nag Champa.
Todo empezó hace ya algunos años, cuando la metafísica llegó a mi vida acompañada de sesiones diarias de meditación trascendental en Proser, en la Ciudad de México. Todas las tardes al llegar ahí y cruzar la puerta de entrada se podía percibir ese olor, que una vez en el ashram era aún más intenso.
Las buenas experiencias que ahí viví marcaron en mi cerebro, como si de un sello se tratara, esa fragancia tan característica y de la cual no supe ni su nombre ni ningún otro dato hasta muchos años después.
Ya en Sevilla, en una Feria de las Naciones hace no más de dos años, al pasar por un puesto de objetos de la India volví a reconocer el olor. Durante estos años algunas veces lo olía al pasar fuera de algún local al ir andando por la calle, pero siempre la situación era parecida a un dejá-vu, que no sabes ni de donde viene, ni a donde va y termina uno quitándole importancia. Hasta ese día en la Feria que se me ocurrió preguntar.
Ese día me compré una cajita de varitas de incienso Nag Champa y todos los días quería tener una encendida, incluso me podía pasar horas oliendo la varita sin encender. Como cada caja sólo trae 10 varitas no me quedó más remedio que irme a internet y tratar de conseguir más a buen precio. 10 cajas de 10. Al día de hoy todavía me queda una caja.
Pero mi obsesión por el Nag Champa no terminó en eso. Hace pocos meses, así como esas cosas que se nos ocurren cuando no tenemos nada mejor que hacer o en qué pensar, empecé a investigar si había otros productos con el mismo olor. Ahhhh, porque la vez que compré las 10 cajas me vino de regalo un jabón, que por no gastarlo lo tengo en el armario de la ropa para que toda se impregne... pero mi capacidad olfativa no llega a tanto y apenas percibo que la ropa huela a eso; aún así ahí sigue el jabón perfumado.
Encontré que existían conos de incienso, jabones, saquitos de tela como ambientadores... y todo me lo compré. Lo único que me faltó fue una colonia o un limpiador del hogar para que todo a mi alrededor oliera igual. Pero cuando recibí el pedido por correo, abrí todo y comprobé que ninguno de esos productos huele a lo mismo que las varitas fue una decepción.
El jabón si huele bien, y los conos mientras más lejos huelen mejor. La escencia para quemador apenas se percibe y los saquitos de tela azul huelen sólo si te los pegas a la nariz.
Nada, que no les ha salido bien el invento del Nag Champa, por lo menos a mi no me convence.
Me quedo con las varitas que quemo de vez en cuando para llenarme los pulmones y todo mi alrededor; y es que cada vez que huelo eso... siento una paz..., así como la tía de SanyAn que cada vez que va al Palmar de Troya siente... una paz... pues así yo al oler las varitas.
Menos mal que en la caja no tuvieron la osadía de poner la foto del Sai Baba, porque si en vez de sentir paz tuviera uno que alucinar con la cara del mismo... ahora que lo pienso, ¿el micrófono que lleva por cabeza le olerá a Nag Champa?