sábado, 19 de diciembre de 2009

Nag Champa


Quién podía pensar que un hombre con cabeza de micrófono y vestido con una túnica naranja fuera el artífice de uno de los olores que más me gustan. En realidad no me he preocupado por enterarme de la historia de este señor ni de su relación con la fragancia de la que hablo, sólo sé que se hace llamar Satya Sai Baba porque su nombre viene en todas las cajitas de los productos Nag Champa.


Todo empezó hace ya algunos años, cuando la metafísica llegó a mi vida acompañada de sesiones diarias de meditación trascendental en Proser, en la Ciudad de México. Todas las tardes al llegar ahí y cruzar la puerta de entrada se podía percibir ese olor, que una vez en el ashram era aún más intenso.


Las buenas experiencias que ahí viví marcaron en mi cerebro, como si de un sello se tratara, esa fragancia tan característica y de la cual no supe ni su nombre ni ningún otro dato hasta muchos años después.


Ya en Sevilla, en una Feria de las Naciones hace no más de dos años, al pasar por un puesto de objetos de la India volví a reconocer el olor. Durante estos años algunas veces lo olía al pasar fuera de algún local al ir andando por la calle, pero siempre la situación era parecida a un dejá-vu, que no sabes ni de donde viene, ni a donde va y termina uno quitándole importancia. Hasta ese día en la Feria que se me ocurrió preguntar.


Ese día me compré una cajita de varitas de incienso Nag Champa y todos los días quería tener una encendida, incluso me podía pasar horas oliendo la varita sin encender. Como cada caja sólo trae 10 varitas no me quedó más remedio que irme a internet y tratar de conseguir más a buen precio. 10 cajas de 10. Al día de hoy todavía me queda una caja.



Pero mi obsesión por el Nag Champa no terminó en eso. Hace pocos meses, así como esas cosas que se nos ocurren cuando no tenemos nada mejor que hacer o en qué pensar, empecé a investigar si había otros productos con el mismo olor. Ahhhh, porque la vez que compré las 10 cajas me vino de regalo un jabón, que por no gastarlo lo tengo en el armario de la ropa para que toda se impregne... pero mi capacidad olfativa no llega a tanto y apenas percibo que la ropa huela a eso; aún así ahí sigue el jabón perfumado.


Encontré que existían conos de incienso, jabones, saquitos de tela como ambientadores... y todo me lo compré. Lo único que me faltó fue una colonia o un limpiador del hogar para que todo a mi alrededor oliera igual. Pero cuando recibí el pedido por correo, abrí todo y comprobé que ninguno de esos productos huele a lo mismo que las varitas fue una decepción.


El jabón si huele bien, y los conos mientras más lejos huelen mejor. La escencia para quemador apenas se percibe y los saquitos de tela azul huelen sólo si te los pegas a la nariz.
Nada, que no les ha salido bien el invento del Nag Champa, por lo menos a mi no me convence.


Me quedo con las varitas que quemo de vez en cuando para llenarme los pulmones y todo mi alrededor; y es que cada vez que huelo eso... siento una paz..., así como la tía de SanyAn que cada vez que va al Palmar de Troya siente... una paz... pues así yo al oler las varitas.


Menos mal que en la caja no tuvieron la osadía de poner la foto del Sai Baba, porque si en vez de sentir paz tuviera uno que alucinar con la cara del mismo... ahora que lo pienso, ¿el micrófono que lleva por cabeza le olerá a Nag Champa?





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sábado, 5 de diciembre de 2009

Bernarda


Hoy iré, por segunda vez, a ver la obra de teatro "La casa de Bernarda Alba" interpretada por mujeres gitanas de "El Vacie". 


Todo comenzó hace ya varios meses cuando, en Cuatro, emitieron el  programa "21 días en una chabola". Ahí vi por primera vez a Rocío, su hija Karina y la amiga de ésta, Loli. Ellas tres contaron su historia, junto a más habitantes de ese asentamiento, y nos mostraron un poco de su vida diaria. Al final del programa de mis ojos salieron algunas lágrimas cuando todos se despedían de la reportera y ésta misma se iba alejando sin mirar atrás, dejando a toda esa gente igual que como los había encontrado... o no.


Hace unas semanas, justo detrás de la parada del autobús que me lleva al trabajo todas las mañanas, vi un cartel anunciando un festival de teatro amateur en el que se veían a ocho mujeres. Me llamó la atención la foto y la ropa que llevaban (algo parecido a lo que me sucedió al ver el cartel de la película Amelie, y que sólo por una foto quise verla sin saber de qué iba la historia). Me puse a mirar detenidamente las caras y reconocí a Rocío, Karina y Loli, pero no me dio tiempo de ver fechas ni nada más de lo que anunciaba el cartel.


Poco después me enteré que debido al éxito de ese día en que representaron la obra, iban a ofrecer más funciones en Noviembre. Y fue entonces cuando me puse a investigar, reservé entrada y llegó el día.


El teatro Atalaya - TNT forma, junto con mi trabajo y "El Vacie" un triángulo, están unos de otros a unos cuántos pasos de distancia. En el teatro caben 300 personas y se llenó. El escenario muy sobrio, sólo con una jaula a la izquierda y unas gradas en el centro, al fondo. 


Hacía varios años que no iba al teatro y casi olvido la magia que éste siempre ha representado para mí. Ésta vez también fue mágico. La obra dura sólo una hora, dejando con ganas de más, pero una hora muy sustanciosa, que llena los sentidos. Yo no conocía la historia pero fue lo de menos. La iluminación, la música y la naturalidad de estas mujeres hicieron que me olvidara de todo, no parecía que estuviera en el teatro, sino envuelto en algo que no sé explicar.


Siempre he criticado a esas actrices y actores de teatro, y de algunas series de TV, que creen que por exagerar las expresiones en su interpretación son más profesionales. En la obra hay sólo una actriz, que no es gitana, y que a pesar de su evidente exageración al actuar no desentona, pues ayuda a que las demás se sientan más en confianza.


Al final, después de un largo aplauso de todo el público, en pié, cuando crucé la puerta de la sala estaba la protagonista, como despidiendo a la gente. Me acerqué y la felicité. Y me fui más contento todavía.


Lo que me hace sentir mejor de todo esto es la alegría de saber que a la gente le va bien. A la gente que seguramente se lo merece. A veces hace falta sólo unos minutos para ver un poco de lo que las personas llevan dentro. Influye mucho cómo se toman las cosas y cómo ven la vida en general, sin importar si les ha ido bien o mal. Creo que estas mujeres, ahora con el éxito de ésta obra, están teniendo una buena recompensa a todo lo malo que les haya podido pasar, y me alegro. Se ve que ponen todo el corazón en lo que hacen, se nota... y se agradece.


Así que si hoy, al terminar la función me encuentro nuevamente con Rocío la volveré a felicitar y me dará nuevamente las gracias, y yo se las devolveré. Porque creo que siempre hay que ser agradecidos con los pequeños o grandes momentos que vivimos, con lo que tenemos, y no esperar nada a cambio. Lo cual no quiere decir ser conformista, sino todo lo contrario, tratar de alcanzar metas "explotando" y aprovechando lo que somos capaces de dar.
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¿Quién es Morthimmer?

Morthimmer es un clon creado a partir de un trozo de peluche perteneciente a Flat Eric, ese ser que en su día fue imagen de una reconocida marca de pantalones vaqueros. Y siguiendo el ejemplo de quienes considera una nueva versión de Adán y Eva (Lincoln Seis Eco y Jordan Dos Delta, La isla-2005), se atrevió a "salirse del corral" y emprender una nueva vida.

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